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jueves, 22 de enero de 2015

La postura perfecta

Autor: Phillip Moffitt
Traducción: Elisa Marzuca


 Ustedes conocen la sensación. Ahí están, en una clase de yoga, haciendo un esfuerzo sinéxito para hacer una de las llamadas posturas “avanzadas”. A tu lado hay un estudiante que lleva poco tiempo viniendo a clases y sin embargo es capaz de hacer la postura. No parece justo. Te frustras y fantaseas con renunciar. Sales de la clase pensando “¿Por qué estoy haciendo esto? ¿Por qué mejor no vuelvo a trotar o regreso al gimnasio?” Luchas con estos ires y venires de desaliento; y no es fácil volver a clases, pero de algún modo u otro vuelves. O quizás eres otro tipo de estudiante –el “eternamente flexible”. Haces muy bien la mayoría de las posturas, estás absorto en tu práctica y puedes focalizarte eternamente en los isquiones que suben o las ingles que se alargan. Pero después de un tiempo te comienzas a dar cuenta que hay una sensación de estancamiento en tu práctica de yoga. Las otras personas de la clase te dicen que tus posturas se ven maravillosas. Pero tienes una sensación de vacío en tu práctica, como lo describe uno de mis profesores: “No hay yoga en tu yoga”.

¿Qué tienen en común el estudiante constantemente desalentado y el eternamente flexible? Aunque no lo parezca, ambos sufren de lo que yo llamo “fiebre yogui”. La fiebre yogui es una infección psicológica que te hace pensar en tu práctica de yoga como si su propósito fuera encontrar la postura mística, eterna y perfecta con la cual tu vida repentinamente se va a llenar de felicidad, de un entendimiento profundo y de la admiración de los que están alrededor.

Cuando estás infectado con la fiebre yogui, así como sucede con la fiebre común, tu mente se nubla un poco. Empiezas a soñar con la postura perfecta y dejas de hacer la postura. Dejas de prestar atención al “aquí y ahora” en tu práctica de yoga y te pierdes en la fantasía –“Si solo…” o “¿Por qué no puedo…?” o “Cuando pueda…entonces voy a…”. En el tipo de estudiante que se desalienta con frecuencia, ésta es una infección solamente dolorosa y temporal; los síntomas incluyen una mente que compara constantemente y que se juzga a sí misma, lo cual genera tensión, auto-repugnancia y fatiga. Por otro lado, el eternamente flexible tiene una versión crónica con la cual es mucho más difícil lidiar. Pueden experimentar sentimientos de disociación, de estar absortos en uno mismo y de letargo, que pueden conducir a la entropía en la práctica y que reflejan un patrón de evitación y falta de crecimiento en la vida. Es como si estuvieras haciendo yoga en la clínica de la montaña Suiza descrita en La Montaña Mágica de Thomas Mann´s (Vintage, 1996), donde nada realmente sucede y todo está envuelto en una forma de hastío que evita el acceso a cada momento. Alguien contagiado con la versión crónica de la fiebre yogui, parece usar el yoga como una droga para escapar de la vida.

Yo soy alguien que tiene ataques periódicos de fiebre yogui. Incluso durante la niñez tenía un cuerpo tieso y un rango de movimiento inusualmente limitado. Más adelante, cuando tenía un poco más de 20 años, por una afortunada casualidad, me encontré tomando una clase de yoga. Yo era lejos el estudiante menos flexible, sin embargo sentía que estaba volviendo a casa. Desde ese momento las limitaciones de mi cuerpo me han dado varias oportunidades para desalentarme periódicamente y entramparme en el pensamiento “si solo…”, y también, para forzar mi cuerpo más allá de lo que realmente es capaz de hacer. He ido aprendiendo, en forma gradual, a acoger mi cuerpo y estar más presente en el momento. Me di cuenta que el único yoga que puedo hacer es el yoga que puedo hacer con este cuerpo, tal cual es. A su vez, he obtenido una sensación sentida de ocupar o de estar en mi cuerpo; una sensación bastante maravillosa y que está disponible para todos, pero relativamente pocos la descubren.

Ya seas del tipo que se desalienta constantemente o el eternamente flexible, probablemente deseas al menos una postura perfecta, lo cual hace que entres en la mente que compara o que se juzga a sí misma –los primeros síntomas de la fiebre yogui. Quizás es un paro de cabeza de 15 minutos, una extensión plena o el escorpión con los pies tocando la cabeza. Podrías decir que esto no tiene nada de malo, dado que te motiva y te da algo con lo cual puedes medir tu progreso. Esto es cierto siempre y cuando se detenga ahí…pero, ¿se detiene ahí? ¿Cuántas veces te ha sucedido que mientras estás en clase o practicando en tu casa te des-sintonizas de lo que está ocurriendo en tu cuerpo en ese momento y comienzas a fantasear con cómo se verá tu postura en el futuro? ¿Con cuánta frecuencia juzgas tus posturas como si les faltara algo, empujando tu cuerpo y llevándolo al “cómo debería ser”, o bien, te comparas negativamente con los otros? En cada una de esas instancias estás contagiado con la fiebre yogui. Tu mente está atrapada en la ilusión, en el deseo y el rechazo. No hay yoga en este estado mental; estamos abandonando el cuerpo, que tendrá que arreglárselas por cuenta propia, y la mente está perdiendo la oportunidad de aprender como acoger lo que sea que surja en el momento.

En el tipo de meditación que enseño, vipassana, el corazón de la práctica es estar presente con atención plena y ecuanimidad. En está técnica usamos la meditación sentada y caminando como dos formas principales de práctica, pero también enfatizamos que la práctica sucede en cualquier minuto de tu vida, no solo durante la sesión formal de
meditación. Lo mismo es cierto para el hatha yoga; el tiempo que pasas en el mat de yoga es tu práctica formal, donde aprendes a fortalecer y estirar el cuerpo y a focalizar tu mente. Sin embargo, la intención más profunda del yoga es crear un estado de fluidez y flexibilidad en el cuerpo y en la mente que permita manejar el estrés y los dolores físicos y mentales que inevitablemente surgen en tu vida. Si practicas con esta intención, no importa cómo se ven tus posturas.

Este principio de orientar tu práctica hacia tu vida se llama “integración”, un concepto adoptado por el místico Indio Sri Aurobindo, creador del Yoga Integral. Integración es lo que lleva al yoga más allá de un ejercicio. Desafortunadamente, dada la forma en que con frecuencia se enseña el yoga hoy en día, este principio pasa desapercibido. El foco está puesto en desafiar a los estudiantes para que alcancen la postura perfecta o para que pasen al siguiente nivel de una práctica en particular. Estar enfocado en una meta no hace más que fomentar la fiebre yogui. Puede contagiar a toda una clase o incluso a un centro de yoga por largos períodos de tiempo. Si quieres integrar tu vida con la práctica sirve recordar que las asanas son simplemente herramientas, no un fin en sí mismo. Son medios para experimentar la vida de forma más profunda y libre. Uno de mis profesores de Vipassana nos contó una historia acerca de un casino de Las Vegas que tenía un cartel que decía “Debes estar presente para ganar”. Él dice que lo mismo es válido para la meditación: tienes que estar plenamente presente y atento para profundizar en tu práctica. Cuando estás perdido en la fiebre yogui dejas de estar en el momento. Aunque ese estado dure unos segundos o sea algo habitual, no hay yoga en tu yoga.

Cuando ves el yoga desde la perspectiva de la postura perfecta que has creado en tu imaginación, que has visto en un libro o que has observado en tus compañeros de clase o en tu profesor, pierdes el acceso a ti mismo. Estás haciendo yoga de memoria y tu mente no obtiene la fortaleza necesaria para estar presente en las situaciones difíciles que surgen en la vida. Tampoco aprendes a estar presente en las necesidades de tu cuerpo mientras estás sentado en un avión por horas, mientras diriges una reunión en la cual estás bajo mucha presión o mientras llevas a un bebé en la espalda.

Cuando experiencias tu yoga desde la actitud de la postura perfecta ya no estás haciendo yoga. Más bien lo estás transformando en una forma de gimnasia, como si hubiese jueces de los cuales esperas obtener la calificación más perfecta posible. La gimnasia es un deporte hermoso, pero no es el yoga de Patanjali. Tu profesor puede haber olvidado esta verdad. Yo conozco un profesor para quién esto es verdad; he aprendido mucho de esta persona y he mandado a otros a estudiar con él. Cada vez que incentivo a alguien a practicar con él les digo “Aprende las técnicas brillantes que este profesor te puede ofrecer pero no te quedes atascado en su visión, ya que en sus enseñanzas no hay una visión de vida más allá del mat y no tiene la visión que la vida misma es la verdadera práctica de yoga”.

Muchos profesores me han dicho que es difícil hacerles clases a estudiantes que tienen una fiebre yogui crónica ya que al tener mucha facilidad para hacer las posturas no se relacionan con el desafío de la misma manera que estudiantes menos flexibles. Un profesor me decía que se le partía el corazón ver personas con cuerpos muy flexibles que vienen a clases y se aburren o se ponen muy ambiciosos sin nunca estar forzados a encontrarse consigo mismos.

Cuando trabajo con estudiantes eternamente flexibles, mi enfoque es traer su vida emocional a la clase. Elijo un aspecto físico de las posturas, por ejemplo algo en las caderas o en los hombros, y traigo su atención a ese detalle. Una y otra vez, les pregunto qué están sintiendo, qué están haciendo sus mentes y cual es su intención en ese momento. La idea es hacer que dejen de usar el yoga como un escape y alentarlos a experimentar plenamente en su yoga. Si se están sintiendo mal en clase por una situación difícil que tuvieron con su esposa/o, entonces esos sentimientos se vuelven parte de la postura.

Unas semanas atrás estaba dictando un seminario en un gran centro de conferencias y una mañana fui a una clase de yoga abierta para todos los participantes. El instructor era un hombre joven con un cuerpo muy flexible que estaba haciendo posturas cuando entré a la sala. Lo observé mientras me evaluaba como alguien con fuerza y estabilidad pero con poca flexibilidad. Era una evaluación que estaba acostumbrado a recibir. La clase comenzaba con Adho Mukha Svanasana y a partir de sus comentarios rápidamente quedó claro que él miraba a las personas desde la perspectiva de la flexibilidad, no de la conciencia corporal. Cuando llegamos a las posturas de pié, se acerco a mi y con una sorpresa en su voz me susurró “Tienes una práctica muy linda”. Al decir esto aludía a que estaba “en/dentro de” mi práctica, dentro de los límites de mi cuerpo mi intención era visible. Cuando escuché esto les di las gracias a mis profesores una vez más, porque era un cumplido para la paciencia que ellos tuvieron, y le agradecí a mi cuerpo por haber resistido mis ataques de fiebre yogui.

Habrá momentos en que tú también estarás contagiado con la fiebre yogui, sin estar presente en la experiencia actual de tu cuerpo y mente. Esto es inevitable. Sin embargo, el yoga no se trata de evitar estos ataques, si no de estar conciente de ellos cuando surgen y de volver al presente –volver a este cuerpo, a esta mente, tal cual son– y tratarte a ti mismo con amabilidad y compasión. Cuando comienzas a dominar esta comprensión tu práctica de yoga aparecerá en el resto de tu vida. Cada momento de tu vida es igual al momento en que empiezas a hacer una postura. En cierto modo, tenemos que encontrar la mejor postura emocional, actuar con la mayora cantidad de comprensión que esté disponible y estirarnos a estar presentes honestamente en lo que sea que esté surgiendo. Esto es el yoga perfecto.

Phillip Moffitt es el fundador y presidente de Life Balance Institute, una organización sin fines de lucro dedicada al estudio de la relación mente-cuerpo en un contexto de crecimiento personal y de liderazgo organizacional. Es instructor de yoga y educador somático; tiene un cinturón negro en aikido y enseña meditación vipassana en Turtle Island Yoga Center en San Rafael, California. Es co-autor de “The Power to Heal” (Prentice Hall, 1990).

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