3.- <<Observar>> la respiración: este tercer método es muy antiguo y lo encontramos en todas las escuelas del budismo. Consiste en dejar reposar vuestra atención en la respiración, suave y atentamente.
La respiración es vida, la expresión más básica y fundamental de nuestra vida. En el judaísmo, ruah -el aliento- significa el espíritu de Dios que inspira la creación; en el cristianismo también existe una profunda relación entre el Espíritu Santo, sin el cual nada estaría dotado de vida, y el aliento. En las enseñanzas de Buda se dice que el aliento, prana en sánscrito, es <<el vehículo de la mente>>, puesto que es el prana es el que insufla movilidad a nuestra mente. Así, cuando aquietáis la mente al trabajar hábilmente con la respiración estáis simultánea y automáticamente domesticando y entrenando la mente.
...cuando meditéis respirad con naturalidad, tal como lo harías normalmente. Posad ligeramente vuestra atención sobre la respiración. Al espirar, dejaros llevar por el aliento. Cada vez que espiráis, soltáis y liberáis todo aferramiento. Imaginad que vuestro aliento se disuelve en el espacio de la verdad que lo abarca todo. Cada vez que espiráis, y antes de la inspiración siguiente, descubriréis que se produce un intervalo natural, a medida que se disuelve el aferramiento.
Reposad en ese resquicio, en ese espacio abierto. Y al volver a tomar aire, de un modo natural, no prestéis demasiada atención a la inspiración; dejad que vuestra mente siga reposando en el intervalo que se ha abierto.
Cuando practicáis, es importante no dejaros llevar por comentarios mentales, análisis ni charlas interiores. No confundáis los comentarios de vuestra mente (<<ahora estoy inspirando, ahora estoy espirando>>) con la atención; lo importante es la pura presencia.
No os concentréis en exceso en la respiración. Es muy importante -tal como recomiendan siempre los maestros- no concentrarse demasiado mientras se practica la concentración del <<morar en calma>>.
...A medida que estéis más atentos a vuestra respiración, os notaréis cada vez más presentes, que reunís de nuevo todos vuestros aspectos fragmentados y que encontráis la plenitud.
En vez de <<observar>> la respiración, id identificándoos gradualmente con ella, como si fuerais a convertiros en ella. Poco a poco, la respiración, aquel que respira y el acto de respirar, se vuelven uno. La dualidad y la separación se desvanecen.
Fuente: el libro tibetano de la vida y de la muerte
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