PRESENTACIÓN
Por Yehudi Menubin
La práctica del yoga despierta un sentido fundamental de la medida y la proporción. Reducidos como estamos a nuestro propio cuerpo -nuestro primer instrumento-, aprendemos a ejercitarlo sacando de él la máxima resonancia y armonía. Con paciencia infatigable afinamos y animamos cada una de nuestras células cuando, diariamente, volvemos al ataque desbloqueando y liberando capacidades de otra forma condenadas a la frustración y a la muerte.
Cada zona no desarrollada de tejido y nervio, de cerebro o pulmón es un reto a nuestra voluntad y a nuestra integridad, cuando no una fuente de frustración y muerte. Quien ha tenido el privilegie de recibir las atenciones del Sr. Iyengar, o de presenciar la precisión, refinamiento y belleza de su arte, se ha visto introducido en esa visión de perfección e inocencia que es el hombre según fue creado -inerme, libre de pudor, hijo de Dios, seños de la creación- en el jardín del Edén. El árbol del conocimiento ha producido ciertamente muchos frutos de gran variedad: dulces, venenosos, amargos o saludables, según el uso que de él hemos hecho. Mas, ¿acaso no resulta más imperativo que nunca que cultivemos el árbol, que alimentemos sus raíces? y por otro lado, cuán peligroso se torna dicho conocimiento en aquéllos que, desconectados de su ser, prefieren aplicarlo a la manipulación de otras personas y cosas, en lugar de a la mejora de sus propias personas.
La práctica del yoga durante los últimos quince años me ha convencido de que la mayoría de nuestras actitudes básicas hacia la vida tiene su correspondencia física en el cuerpo. Así, la comparación y la crítica deben comenzar con el alineamiento de nuestros lados derecho e izquierdo hasta un punto en el cual aun lo más finos ajustes son posibles; o bien una fuerte determinación pueda llevarnos a empezar por estirar el cuerpo desde los dedos de los pies hasta la cumbre de la cabeza en un desafío a la gravedad. El ímpetu y la ambición pudieran tener su inicio en la sensación de peso y velocidad proveniente del libre balanceo de los miembros, frente al control de un equilibrio prolongado sobre un pie, los dos pies o las manos, que proporciona serenidad. El estiramiento continuado en las distintas posturas de yoga durante varios minutos desarrolla la tenacidad, mientras que la calma se obtiene a través de la respiración tranquila y constante y la expansión de los pulmones. La continuidad y el sentido de los universal acompañan al conocimiento de la inevitable alternancia entre tensión y relajación en ritmos eternos, de los cuales cada inspiración y espiración constituyen un solo ciclo, onda o vibración entre las innúmeras miríadas que constituyen el universo.
¿Cuál es la alternativa? Seres impedidos, deformes, condenando el orden de las cosas, torcidos criticando la rectitud, autócratas apoltronados en actitudes que anuncian problemas coronarios; el trágico espectáculo de personas imponiendo sobre otras su propio desequilibrio y frustraciones.
El yoga, tal como lo practica el Sr. Iyengar, es la dedicada ofrenda votivo de un hombre que se entrega él mismo ante el altar, solo y limpio en cuerpo y mente, concentrado en atención y voluntad, ofreciendo con sencillez e inocencia no un sacrificio cruento, sino simplemente a si mismo elevado a su más alto potencial.
Se trata de una técnica ideal para la prevención de los desórdenes físicos y mentales y de la protección del cuerpo en general que desarrolla una inevitable confianza y seguridad en sí mismo. Por su propia naturaleza se halla indisolublemente asociado a leyes universales, ya que el respeto a la vida, la verdad y la paciencia son factores indispensable para la obtención de una respiración tranquila, quietud mental y firmeza de voluntad.
Ahí residen las virtudes morales inherentes al yoga. Por esa razón requiere un esfuerzo completo y total que implica y conforma al hombre en todo su ser. No conlleva repetición mecánica ni palabrería como en las buenas intenciones o en las plegarias formales. Por su propia naturaleza es, en cada momento, un acto vital.
Espero que el libro Luz sobre el Yoga del Sr. Iyengar posibilite a muchos seguir su ejemplo y convertirse en los profesores que la humanidad tan urgentemente necesita. Si este libro sirve para difundir este arte básica y asegurar su práctica al más alto nivel, me sentiré eternamente agradecido por haber participado en su presentación.
Londres, 1964
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