El mandala es literalmente "un círculo", aunque su dibujo sea complejo y esté a menudo contenido en un recinto cuadrado. Como el yantra (medio emblemático) pero de manera menos esquemática, el mandala es un resumen de la manifestación espacial, una imagen del mundo, al mismo tiempo que la representación y actualización de poderes divinos; es también una imagen psicagógica, propia para conducir a quien la contempla a la iluminación.
El mandala tradicional hindú es la determinación, a través del rito de la orientación, del espacio sagrado central que es el altar y el templo. Es el símbolo espacial de Purusha (Vastu-Purusha mandala), "de la presencia divina del centro del mundo". Se presenta como un cuadrado subdividido en cuadrados más pequeños; los más simples son de cuatro o nueve casillas (dedicadas a Shiva y Prithivi); los más usados son de sesenta y cuatro, y ochenta y un casillas. El (o los) cuadrado elemental del centro es el lugar de Brahma (Brahmasthana); llevan la cámara matriz (Garbhagriha), la cella del templo; las ordenaciones concéntricas de cuadrados están en relación con los ciclo solar y lunar. Aunque semejante esquema puede encontrarse en el plano de los templos de la India, por ejemplo en el de Khajuraho, se lo describe también en la India exterior, y particularmente en Angkor.
El mandala tántrico deriva del mismo simbolismo, pintado o dibujado como soporte de meditación, trazado sobre el suelo para los ritos iniciáticos, se trata esencialmente de un cuadrado orientado con cuatro puertas, que contiene circulos y lotos, poblados de imágenes y símbolos divinos. Las puertas de los cinturones exteriores están provistas de guardianes: su paso sucesivo corresponde pues a otras tantas estapas en la progesión espiritual, a grados iniciáticos, hasta que se alcance el centro, el estado indiferenciado del Budda-chakravarti. El mandala puede interiorizarse, constituido "en la caverna del corazón". Templos como el Borobudur en Java expresan con gran precisión lo que es la progresión hacia el interior del mandala.
El budismo extremo oriental (shingon) presetan mandalas pintas en forma de loto, cuyo centro y cada pétalo llevan la imagen de Buddha o un bodhisattva. Hay en ellos sobre todo el doble mandala, cuyo centro está igualmente ocupado por Vairocana: el del mundo de diamante (Vajradhatu), no manifestado y el del mundo matriz (garbhadhatu), universalmente manifestado, que debe aportar el fruto de la liberación.
Para los japoneses budistas de la secta shingon, las figuraciones concéntricas de los mandala son la imagen de dos aspectos complementarios y finalmente idénticos de la realidad suprema; el aspecto de la razón original, innata en los seres y que utiliza las imágenes y las ideas del mundo ilusorio; y el aspecto del conocimiento terminal, producido por los ejercicios, adquirido por los Buddha y fundiéndose en el uno en la intuición del nirvana. El manda es una imagen sintética y dinmógena a la vez, que representa y tiende a hacer superar las oposiciones de lo múltiple y lo uno, de lo descopuesto y lo integrado, de lo diferenciado y lo indiferenciado, de lo exterior y lo interior, de lo difuso y lo concentrado, de lo aparente visible y lo real invisible, de lo espaciotemporal y lo intemporal y extraespacial.
En la tradición tibetana, el mandal es el guía imaginario y provisional de la meditación. Manifiesta en sus combinaciones variadas de círculos y cuadrados el universo espiritual y material, así como la dinámica de las relaciones que los unen, en el triple plano cósmico, antropológico y divino. "En el ritual funciona como soporte de la divinidad de la que es el símbolo cósmico. Proyección visible de un mundo divino en cuyo centro está entronizada la dividad elegida, no puede entrañar ningún error de interpretación. La palabra del maestro es capaz de animarlo..." El mandala por la magia de sus símbolos, es a la vez la imagen y el motor de la ascensión espiritual, que procede por una interiorización más y más activada de la vida y una concentración progresiva de lo múltiple sobre lo
Para los japoneses budistas de la secta shingon, las figuraciones concéntricas de los mandala son la imagen de dos aspectos complementarios y finalmente idénticos de la realidad suprema; el aspecto de la razón original, innata en los seres y que utiliza las imágenes y las ideas del mundo ilusorio; y el aspecto del conocimiento terminal, producido por los ejercicios, adquirido por los Buddha y fundiéndose en el uno en la intuición del nirvana. El manda es una imagen sintética y dinmógena a la vez, que representa y tiende a hacer superar las oposiciones de lo múltiple y lo uno, de lo descopuesto y lo integrado, de lo diferenciado y lo indiferenciado, de lo exterior y lo interior, de lo difuso y lo concentrado, de lo aparente visible y lo real invisible, de lo espaciotemporal y lo intemporal y extraespacial.
En la tradición tibetana, el mandal es el guía imaginario y provisional de la meditación. Manifiesta en sus combinaciones variadas de círculos y cuadrados el universo espiritual y material, así como la dinámica de las relaciones que los unen, en el triple plano cósmico, antropológico y divino. "En el ritual funciona como soporte de la divinidad de la que es el símbolo cósmico. Proyección visible de un mundo divino en cuyo centro está entronizada la dividad elegida, no puede entrañar ningún error de interpretación. La palabra del maestro es capaz de animarlo..." El mandala por la magia de sus símbolos, es a la vez la imagen y el motor de la ascensión espiritual, que procede por una interiorización más y más activada de la vida y una concentración progresiva de lo múltiple sobre lo
uno: el yo reintegrado en el todo, el todo reintegrado en el yo.
C.G. Jung recurre a la imagen del mandala para designar una representación simbólica de la psique, cuya esencia nos es desconocida. Ha observado, así como sus discípulos, que estas imágenes se utilizan para consolidar el ser interior o para favorecer la meditación en profundidad. La contemplación de un mandala inspira la serenidad, el sentimiento de que la vida ha vuelto a encontrar su sentido y orden. El mandala produce el mismo efecto cuando aparece espontáneamente en los sueños del hombre moderno que ignora tales tradiciones religiosas. Las formas redondas del manda simbolizan, en general, la integridad natural, mientras que la forma cuadrangular representa la toma de conciencia de semejante integridad. En el sueño, el disco cuadrado y la mesa redonda se vuelven a encontrar anunciando una toma de conciencia inminente del centro. El mandala posee una doble eficacia: conserva el orden físico, si existe ya; y restablecerlo si ha desaparecido. En este último caso, ejerce una función estimuladora y creadora.
Fuente: diccionario de símbolos. Chevalier, Jean
C.G. Jung recurre a la imagen del mandala para designar una representación simbólica de la psique, cuya esencia nos es desconocida. Ha observado, así como sus discípulos, que estas imágenes se utilizan para consolidar el ser interior o para favorecer la meditación en profundidad. La contemplación de un mandala inspira la serenidad, el sentimiento de que la vida ha vuelto a encontrar su sentido y orden. El mandala produce el mismo efecto cuando aparece espontáneamente en los sueños del hombre moderno que ignora tales tradiciones religiosas. Las formas redondas del manda simbolizan, en general, la integridad natural, mientras que la forma cuadrangular representa la toma de conciencia de semejante integridad. En el sueño, el disco cuadrado y la mesa redonda se vuelven a encontrar anunciando una toma de conciencia inminente del centro. El mandala posee una doble eficacia: conserva el orden físico, si existe ya; y restablecerlo si ha desaparecido. En este último caso, ejerce una función estimuladora y creadora.
Fuente: diccionario de símbolos. Chevalier, Jean
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